“Santo Sudario”
Santo Sudario es una obra pictórica que funciona como imagen–resto, registro corporal y superficie de inscripción espiritual dentro del proyecto Aonekken María. Realizada en óleo y pigmentos naturales sobre tela de algodón, preparada íntegramente con técnicas tradicionales —incluida la imprimación con cola de conejo, como en la pintura histórica—, la obra se presenta como una gran tela vertical, frontal, silenciosa, que no narra un episodio sino que atestigua una presencia.
La composición remite de manera directa al sudario cristiano, pero lo hace desde una economía extrema de recursos: no hay rostro, no hay figura reconocible, no hay relato explícito del martirio. Lo que aparece es una huella corporal abstracta, una silueta apenas sugerida por escurrimientos dorados que descienden desde la parte superior de la tela, como si el cuerpo hubiera estado allí y se hubiese retirado, dejando sólo su rastro energético.
En el centro del eje vertical, suspendido en el pecho, se inscribe un corazón rojo, aislado, preciso, encendido. Este corazón no representa únicamente el Sagrado Corazón de Jesús: opera como órgano-orientador, núcleo de decisión y de resistencia. Es el mismo corazón que, en obras anteriores, guía a Aonekken María a través del médano, la tormenta y la pérdida; aquí, condensado en una forma universal, late como punto de anclaje entre lo humano, lo ancestral y lo divino.
Los dorados —aplicados de manera irregular, escurrida, casi erosionada— evocan tanto la tradición iconográfica sacra como la idea de luz residual: no la gloria plena, sino lo que queda después del rito, después del sacrificio, después del paso del cuerpo. La tela, lejos de ser neutra, conserva la memoria del proceso: capas visibles, marcas de absorción, tiempos de secado que no fueron ocultados. El sudario no se limpia: se conserva tal como fue tocado.
En diálogo con Kačowel (obra 9), donde la mano deja su marca directa como gesto comunitario y de intercambio, Santo Sudario desplaza el énfasis desde la acción hacia la contemplación posterior. Si en la obra anterior el cuerpo imprime, aquí el cuerpo se ausenta, y esa ausencia se vuelve imagen. La pintura no representa el rito: es su consecuencia material.
Dentro de la secuencia del proyecto, esta obra ocupa un lugar clave: funciona como pausa, como superficie de recogimiento antes del despliegue final de la serie. No hay aquí confrontación ni arenga, sino una afirmación silenciosa: algo ha pasado, algo fue atravesado, algo permanece.
Santo Sudario no promete redención ni salvación futura. Afirma otra cosa:
que el cuerpo deja huella,
que la materia recuerda,
y que el corazón —aún expuesto— sigue latiendo.