KOPAWE
Kopawe es una obra de arte transmedial que continúa y radicaliza el proceso iniciado en Axčom šajn. Si en aquella pieza el entrenamiento de Aonekken María se desplegaba en el plano espiritual —a través del médano, la salina, el templo y el conjuro—, en Kopawe ese entrenamiento se vuelve estrictamente físico, corporal y material. No como ruptura, sino como segunda fase: el espíritu ya fue orientado; ahora el cuerpo debe ser preparado.
El nombre Kopawe remite, en lengua araucana, al “lugar de azufre” o “lugar de aguas sulfurosas” (ko: agua; pa: azufre; we: lugar), designando el territorio volcánico de Copahue, en Neuquén. Pero Kopawe nombra también, en su acepción simbólica, la práctica del tatuaje: la marca permanente sobre la piel como inscripción identitaria, curativa y política. Esta doble condición —territorio mineral activo y cuerpo marcado— estructura toda la obra.
La pieza se desarrolla como una secuencia de acciones corporales intensas. Aonekken María se expone a los vapores del volcán, se sumerge en baños ferruginosos y sulfurosos, atraviesa el agua caliente como si ingresara a una cámara de presión. La postura del cuerpo en la bañera —piernas abiertas, pelvis sostenida por el agua— construye una imagen directa de nacimiento, pero no desde la pasividad: el cuerpo resiste, regula la respiración, soporta el calor. Aquí, el agua no purifica: fortalece, endurece, imprime.
El entrenamiento continúa fuera del agua. En un gimnasio antiguo, de estética austera y funcional, Aonekken María entrena con peso. El levantamiento no aparece como disciplina deportiva sino como gesto ritual repetido: cargar, sostener, elevar. El cuerpo es trabajado como herramienta de guerra y de resistencia. Sale a correr, practica de resistencia intensa, donde la respiración y el impacto reiterado del cuerpo contra el suelo refuerzan la idea de preparación física extrema.
La obra incorpora prácticas de muay thai, tanto en su dimensión combativa como ritual. La referencia a la danza ram muay es central: cada movimiento previo al combate funciona como invocación, saludo y alineación interna. No hay oponente visible; el entrenamiento no se dirige hacia un adversario concreto, sino hacia la propia capacidad de sostener el cuerpo en tensión prolongada. El combate es contra el agotamiento, el dolor, el límite.
Estas prácticas dialogan con posturas de yoga caliente, donde el cuerpo, sometido al calor y a la exigencia física, aprende a permanecer. Respirar, sostener, no colapsar. El yoga no aparece como búsqueda de armonía, sino como técnica de permanencia bajo condiciones adversas. El cuerpo es llevado al borde, pero no se abandona.
Un elemento clave de la obra es el tatuaje con las coordenadas de la Salina del Gualicho, visible sobre la piel. Esa marca funciona como anclaje entre territorios: el cuerpo en Kopawe porta consigo el territorio de axčom šajn. La coordenada no es recuerdo ni homenaje; es vector activo, una manera de hacer que el entrenamiento físico esté permanentemente conectado con el entrenamiento espiritual previo.
A lo largo de la pieza emergen cinco líneas propiciatorias en aonekko ‘a’ien, que operan como activadores de la Matrix. Estas líneas funcionan como fórmulas de encendido: no explican, no traducen, activan. Su aparición se articula con una alegoría celeste: rayos que descienden del cielo y atraviesan el cuerpo, en una referencia explícita a la iconografía de la concepción de la Virgen, pero desplazada hacia una lectura material y no milagrosa. Aquí, la concepción ocurre por impacto, disciplina y exposición.
Kopawe se afirma así como la fase física del proceso iniciático de Aonekken María. Si el espíritu fue probado en el territorio, el cuerpo debe ahora ser templado. El agua quema, el peso cansa, el entrenamiento agota, pero el cuerpo no se retira. La Matrix no se activa desde la contemplación: se activa desde el esfuerzo.
En el conjunto del proyecto Aonekken María, Kopawe consolida una idea central: no hay espiritualidad sin cuerpo entrenado, ni ritual sin resistencia física. El nacimiento que aquí se propone no es simbólico ni metafórico. Es un cuerpo que se forja para sostener lo que vendrá.