Kerxk’en
Kerxk’en es una obra colectiva que toma la forma de una cena compartida entre doce personas. Doce invitados se reúnen alrededor de una mesa para comer, beber y conversar. La obra sucede en ese tiempo suspendido donde el intercambio se vuelve central: una sobremesa extendida que funciona como espacio de decantación de los rituales previos del proyecto.
La escena ocurre después de una secuencia ya iniciada. En Axčom Šajn, Aonekken María atraviesa un ingreso ritual al territorio; en Kopawe, ese tránsito se profundiza en un proceso de preparación física y simbólica vinculado al volcán, las aguas sulfurosas y el entrenamiento. A partir de esa experiencia, el dragón es tatuado como marca permanente. No como emblema previo, sino como inscripción posterior: una consecuencia.
En Kerxk’en, ese dragón reaparece en el centro de la mesa. No se presenta como figura dominante ni como objeto sagrado aislado, sino como presencia mediadora. El dragón dialoga con la figura del Cristo, activando una resonancia compartida: transformación, pasaje, muerte y continuidad. Lo escorpiano y lo cristiano se rozan sin jerarquías, como sistemas simbólicos que operan en simultáneo.
Aonekken María se sienta a la mesa junto a los demás. No hay dirección ni representación teatral. La obra se construye en la convivencia misma. Los participantes —amigos de la casa, invitados reales— no asisten a una acción artística externa: son parte de ella.
La comida se consume efectivamente. Carne, vino y fruta roja circulan entre los presentes. La fruta introduce una capa simbólica abierta: deseo, tentación, traición, vitalidad. Nada queda como resto escenográfico. Todo es compartido. La obra se completa en el acto de comer y permanecer.
El número doce estructura la escena como una unidad simbólica reconocible: comunidad, pacto, equilibrio inestable. Doce lugares alrededor de la mesa configuran un orden que no se impone, pero sostiene. La mesa funciona como dispositivo de encuentro, no como altar.
Kerxk’en sucede después del ritual Quiere mirar mi Cristo?, donde los participantes activaron previamente la obra colectiva Kačowel. Allí, la cruz, la mano y la marca inauguraron un intercambio ritual. En esta obra, ese intercambio se desplaza hacia un registro cotidiano: la conversación, la comida, el tiempo compartido.
Se habla de arte, de procesos de transformación, de experiencias vividas. No hay guion ni cierre formal. La obra no busca representar un acontecimiento extraordinario, sino habilitar un espacio donde la transformación pueda ser pensada, dicha y compartida.
El dragón —como figura y como marca— articula el recorrido del proyecto hasta este punto. Desde el territorio y el ritual hasta la mesa y la conversación, Kerxk’en propone una escena donde la transformación no se proclama: se acompaña.