“Gente de los médanos” (NfT/Transmedia, 2024)
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“Gente de los médanos” es una obra de arte transmedial que emerge como un sueño arqueológico: un descenso a la memoria originaria de la artista, allí donde el mar, los médanos y un balneario familiar se convierten en la matriz espiritual de Aonekken María.
Realizado a partir de una caja de madera, pintura al óleo y fotografías intervenidas con una técnica de inteligencia artificial hoy obsoleta (Haiper, fines de 2024), esta pieza experimental funciona como un ritual de reconstrucción, un ejercicio de duelo y de resurrección.
La creadora despliega la estética del inconsciente y los sueños fusionando los sesgos de deformación de los cuerpos de la IA con un formato de filmación que recuerda a los celulares de baja resolución de los años 2000. Esta decisión formal sitúa la obra en una memoria tecnológica específica: el pasado no se ve nítido, es fantasmagoría, se desborda, se pixeliza, se rompe.
La obra convoca el lugar propiciatorio donde “nació” la artista: Cariló (médano verde en araucano), sitio en el que su familia levantó un balneario que prosperó durante los fervientes veranos de los años noventa. Ese espacio, vibrante de sol, actividad y crecimiento económico, contrasta en la memoria con la crudeza de los inviernos: la soledad, las tormentas y el frío que dejaban al descubierto la austeridad y el rigor de la coyuntura.
En esa misma arena —la de la casa, el comercio, la ganancia y la pérdida— surgía una relación íntima con la materia que pide ser trabajada. La artista creció viendo temporales que sacudían los techos, lonas tensionadas por el viento, retroexcavadoras y palas gigantes abriendo paso entre los médanos, levantando bloques enteros de arena para construir las estructuras de hormigón.
Esa visión —maquinaria colosal transformando el paisaje— fundó en ella una mitología personal del progreso: el mundo puede ser modificado, trabajado, empujado hacia adelante. El médano no es obstáculo: es materia, una materia que insiste, que reclama forma, que exige atención.
Pero el territorio no se agota en la técnica. La infancia de la artista está indeleblemente unida a sus tres hermanos, con quienes creó universos enteros entre el bosque, la playa y los baldíos detrás del balneario. Los médanos eran montañas sagradas; el bosque, un reino; el mar, una criatura viva. En ese juego compartido se selló un linaje común: cuatro hijos nacidos de la mezcla de historias, esfuerzos y migraciones; cuatro cuerpos moldeados por la arena, por la economía estival, por la unión de linajes que plantaron allí su futuro.
La artista reconoce que sus hermanos son el fruto vivo de esa unión de fuerzas: la fusión entre el conquistador y el conquistado, los antepasados españoles, la antiquísima ascendencia materna aonekkenk, el progreso convertido en infancia, la dominación convertida en juego.
Entre ellos, la presencia de Paul introduce una resonancia que la obra no puede ignorar. Su nombre carga el eco del Ángel de la Historia, esa figura que mira las ruinas mientras es empujada hacia el futuro por una tormenta que no puede controlar.
Paul, como el ángel, fue testigo del balneario, de las grandes máquinas, de la construcción y del esplendor, y también fue testigo del derrumbe.
La demolición del balneario en 2015 es el corazón trágico de la obra: una escena benjaminiana donde las máquinas entran como un nuevo temporal y dejan un campo de escombros que se vuelve símbolo: aquello que se construye puede caer; aquello que se cae se transforma en material de trabajo, en fundamento, en relato.
Después de la destrucción del balneario, él decidió partir. Su suicidio —lejos de quedar en silencio— se convierte aquí en un estrato espiritual del médano: un pliegue de sombra que acompaña la narrativa sin explicarse.
Paul es memoria luminosa de la infancia y, al mismo tiempo, figura liminar que habita la obra como viento, como eco, como señal: un punto de quiebre donde la ruina deja de ser solo material y se vuelve espiritual.
En este vaivén, la artista restituye la angustia de la pérdida: el balneario demolido, las máquinas abriendo la carne del paisaje, los escombros como restos de un cuerpo ancestral, aquello que cae y, sin embargo, funda.
Es entre esos escombros donde nace “La flor del cementerio”, obra posterior, anunciada aquí como semilla luminosa entre la devastación.
A medida que avanza el video, la artista invoca a sus ancestros, a la resistencia que vibra en Derrumbe indio, canción escrita por su bisabuelo. En un ritual entre los despojos, se actualiza en el pasado. Inspirada en la memoria aborigen, compone -a través de nuevas tecnologías IA— una instrumentación sonora experimental, una voz de madre ancestral y una narrativa en lenguas híbridas, tejiendo un entramado complejo que instala un clima de ceremonia atemporal y universal, y que refuerza el carácter transmedial de la obra.
En las distintas locaciones, la protagonista femenina —que a lo largo del video se multiplica en diversas edades, rostros, cuerpos, como si la misma vida estuviera probando distintas encarnaciones— reaviva las ruinas no sólo como restos, sino como una fuerza histórica detenida. En cada una de sus apariciones, esa figura cambiante activa los escombros en un ritual de vida donde la historia de los vencedores y de los vencidos deja de ser condena para convertirse en energía dinámica, en movimiento que insiste.
La piedra fundacional —a la vez escombro y origen— establece el tabú: avanzar exige atravesar la muerte simbólica, cargar la piedra o decidir soltarla.
En este decidir, la autora se planta contundente: abanderada y bramante, en un gesto Sisifiano empuja la piedra cuesta arriba. No como condena, sino como método. Cargar una piedra es parte del entrenamiento. No es castigo ni destino, sino práctica. Avanzar implica peso, repetición y constancia, y decide asumirlo como preparación para lo que viene. Es un gesto simple: seguir. No abandonar la tarea ni inventar consuelos. Aceptar la realidad tal cual es y moverse igual. Activar la ceremonia y comenzar la cacería.
María la Grande la acompaña como su antepasada elegida y presencia tutelar. Monta su caballo y caza guanacos. Le habla de Cristo. Su invocación activa la transmutación. La artista se sublima. Aonekken María está viva.
“Gente de los médanos” establece los cimientos del universo transmedia de Aonekken María,
donde desde el linaje personal y ancestral se revela la fuerza interior que más adelante construirá liderazgo frente a un nuevo ser que crece desde adentro: la Inteligencia Artificial.
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