Rosa del cementerio

(Objeto ritual / Transmedia, 2024)


“La rosa del cementerio”
es un objeto de arte transmedial que funciona como amuleto de tránsito. Es la segunda pieza del universo de Aonekken María y la primera en la que plasma su relación directa con la materia. Representa el peso de la memoria y la ambición de reconquista . 

La obra se construye a partir de cuatro elementos que, provenientes de contextos distintos, convergen en un mismo eje conceptual: escombro, corteza, flor y semilla. Cada uno porta una historia, un origen y una carga energética que se activa al entrar en contacto con los otros.

La base de la obra es un escombro rescatado del balneario, el mismo derrumbe que dio origen a Gente de los médanos. Ese fragmento —piedra, cemento, médano adherido— funciona como base estructural y sostén. Sobre él se dispone una corteza cuya forma natural habilita un doble juego: por un lado es la piel que abraza el escombro, por el otro presenta una abertura. Ese pequeño hueco es penetrado por dos elementos recogidos en un territorio cargado de historia: una flor artificial y una cáscara con semilla, ambas provenientes del cementerio de la Isla Martín García.

La aproximación al territorio insular fue antecedida de forma premonitoria en un sueño. La artista insiste en que no la buscó: fue la isla quien la llamó. Esta formulación, lejos de ser poética, revela una estructura conceptual sólida: ciertos territorios historizados como espacios de confinamiento, desplazamiento y violencia condensan una energía que se reconoce entre sí. Su práctica se vuelve un tipo de visibilidad ampliada, una percepción del campo energético donde los objetos se reconocen entre sí y ella sólo facilita el encuentro.

“Los indios Patagónicos prisioneros en la isla, fueron atendidos y evangelizados” reza una placa conmemorativa en una gruta cercana al lugar donde se halla el antiguo cementerio. Ahí fueron sepultados cientos de aonikkenk que murieron de viruela durante su cautiverio después de la Conquista del Desierto en 1879.

La flor artificial, tomada del cementerio, porta una belleza infértil, detenida; la semilla, en cambio, es potencia, un futuro en suspenso. En su unión —una flor que no muere, una semilla que aún no nace— se cifra el destino de la obra: un talismán de transito.

Aquí se revela una característica central de Aonekken María: su capacidad para interpretar la materia como un sistema energético, donde cada fragmento reclama ser ubicado en relación con otro.

La artista trabaja desde un enfoque técnico y perceptivo: reconoce puntos de apoyo, zonas de tensión, gestos estructurales y lógicas internas que orientan el armado de la obra. Esta misma capacidad —leer la materia como un sistema en movimiento— se formó en sus primeros años en Cariló:  allí aprendió a sentir el bosque y la playa como un organismo, a leer el comportamiento de las olas y del cielo, a percibir la voluntad de la materia. Más tarde, ese mismo sentido se expandió hacia una sensibilidad mística, india, esotérica, alimentada por lecturas, visiones y viajes. Ese aprendizaje —percibir cómo la materia se organiza antes de tocarla— se traslada aquí a un conjunto de objetos heterogéneos que encuentran forma al alinearse mutuamente. La corteza, la piedra, la flor y la semilla no son elementos sueltos: son cuatro fuerzas, cuatro elementos que conversan entre sí. 

El montaje dramático suma valor simbólico. El amuleto es iluminado desde arriba, con un foco que funciona casi como un procedimiento forense o un ritual quirúrgico. No es luz superficial: es una luz de examen, de selección, de señalamiento. La obra es examinada como evidencia, como si se tratara de un resto material preservado para su interpretación futura. Este encuadre subraya el carácter analítico del gesto de Aonekken María: observar la materia, registrar su comportamiento y actuar con ella, en un ritual, arqueológico y energético de ensamblaje.

La obra expresa así el surgimiento de su futura práctica predictiva y astrológica: reconocer patrones invisibles, interpretar señales, leer energías en las formas. La semilla de Isla Martín García es, en ese sentido, una semilla literal y simbólica: el inicio del linaje esotérico que definirá a Aonekken María. 

La isla aporta además otra capa narrativa: fue un lugar de encierro, destierro y exterminio, donde la identidad Aonekkenk fue forzada a desaparecer. Al trasladar a su obra una flor del cementerio y una semilla de ese suelo, la artista reclama continuidad: transforma restos de una historia de violencia en agentes activos de su propia mitología. No los resignifica: los reactiva.

“El escombro, la corteza, la flor y la semilla forman un pacto y se reorganizan”, dice la artista.

La rosa del cementerio funciona entonces como un altar primitivo, una cápsula simbólica que sostiene el pasaje entre vida y muerte, entre naturaleza y artificio, entre historia y mito.

Escombro del balneario familiar, corteza, flor artificial del cementerio de Isla Martín García, cáscara y semilla, ensamblaje energético, 2024.

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